Autorretrato en óleo sobre cartón

Imposible resulta no referirse al Performance de Tunick y los miles de piluchos santiaguinos. Me encantará ver editadas las fotos de este estadounidense que interviene el paisaje habitual de las grandes urbes con el color y las formas generadas por la aglomeración de cuerpos humanos desnudos. El efecto producido es de una estética tan exquisita como la mismísima delicadeza de un cuerpo expuesto a la intemperie.

 Más allá de los temores despertados por la desnudez de tanta gente y los gritos enconados de evangélicos y fiducianos de todas layas, quedó en evidencia el deseo profundo de mucha gente por expresarse sin miedo a la censura o al escarnio. Sinceramente creo que tales conductas son inocuas, pues de por sí no pueden repetirse demasiado para poder guardar el carácter de novedad y el misterio que emana de toda desnudez.

No entiendo el temor ante la degradación moral, aunque se aduzcan argumentos de corte ontológico. No vi bestias esa mañana, vi seres humanos concientes de si mismos y de su libertad. La impudicia animal y la lesión a la esencia moral del ser humano, que se achacó a esta multitud nudista, me parece exagerada. La impudicia animal se me aparece precisamente como un prejuicio ontológico aplicado a nuestros hermanos de otras especies vivas. Ellos no conocen la culpa y no pueden, por tanto ser impúdicos. Si se les aplica, no es más que metafóricamente.

 La multitud que dibujó y pintó las inmediaciones del parque forestal mostró gran valentía y autoconciencia.  

Hay y habrá muchos que quieran tenernos callados y obedientes. No comprenden que ello es ya imposible.

Inconfundiblemente Tunick; indudablemente el Parque Forestal de Santiago de Chile