Mi rostro insinuado en las sombras... 

En esta edición se agrega una recensión del libro La insoportable levedad del ser de Milan Kundera. Sin duda será mejor que la que viene en la contratapa de la edición leída. Asimismo, se encontrará apuntes sobre la vida y las obras de Fernando Arrabal, autor que recomiendo para remecer tanto dogmatismo y acuerdo gratuito. En fin, ofrezco la traducción desde el alemán de mi texto filosófico analítico sobre el concepto de acción en Colin McGinn.

Al volver a comunicarme con mis lectores eventuales vuelvo a preguntar, ¿Para qué escribir? ¿Qué importancia puede tener escribir en un medio social que se ha vuelto cada vez más oral y se ha acostumbrado a no escuchar más que lo que algunos periodistas privilegiados tienen para decir, en la radio o en la televisión?

Cuando escribo me siento como un náufrago olvidado en una isla solitaria o poblada por gente ocupada siempre en labores domésticas o que habla una lengua diferente e incomprensible.

Tal vez se trata sólo de falta de reconocimiento y del esfuerzo vano por mantener una revista electrónica demasiado autoreferente. Al respecto todavía mantengo la incertidumbre acerca de cómo lo hicieron quienes tras editar uno o dos libros, honoris causa se llaman escritores.

¿Cómo se distingue un artista de la escritura, un buen escritor, del periodista y el columnista de toda laya? No puede ser por la publicación de libros. Además hay escritores reconocidos que hacen columnas en diarios y revistas. ¿Se los ha de distinguir acaso por sus premios? Pero, ¿Quiénes otorgan los premios? Son los escuderos de los cánones, los guardianes de la cultura, un grupo de personas institucionalizadas, con un saber refrendado por la confianza de los poderosos.

De cualquier manera, escribir impecablemente es un lujo de unos pocos. Pocos de estos pocos llegan a ocupar tribuna y a hacerse conocidos, para deleitar, para educar a su gente y ganarse la vida con el don de la escritura perfecta.

Otra cosa es tener qué escribir. No se trata de redundar en lo que ocurre en el telón de la caverna de Platón (los paladines en este caso son toda laya de periodistas). Se trata de motivar el despertar del dormido, la libertad del prisionero, de reventar las convicciones del dogmático sin convertirlo en un cobarde de la inacción. Se trata de deleitarlo con la música misteriosa del verbo, aquel placer para después del trabajo, para enaltecer el espíritu, para despegar el sarro de la cotidianeidad, de la chatura de la vida comunitaria.

Admiro a los escritores y escritoras iconoclastas, que tienen el talento para esgrimir el canon de manera única, como lo hace un sabio, no al estilo de la mayoría, que se escuda tras el prestigio y las maneras solemnes.

Entre los escritores está el crítico. De él se dice que es un parásito que no existiría sin las obras que ofrecen el elemento para su actividad, que no construye nada propio, que su vida no vale nada comparada con la de los grandes creadores, los constructores de sistemas y teorías, de obras de arte, etc.

Todo esto puede ser cierto, pero permanece el hecho que cada cual debe decir lo que piensa, de acuerdo a fundamento. Más aún el que escudriña su realidad circundante, las astucias del poder, su retórica, sus mañas arraigadas, sus vicios y tabúes.

Tenemos muchos ejemplos de los cuales echar mano. Tomemos uno, para no ir más lejos: Herman Hesse. Éste nos aconseja concentrar nuestra fuerza no allí donde somos impotentes, sino donde podemos aplicarla bien, en nuestro prójimo, a quien podemos alegrar y confortar.

No tengo objeciones a esta idea, salvo que se tenga en mente algún tipo de cristianismo disfrazado, algún tipo de blandura cardiaca, moralista y prejuiciosa. No hay doctrina ni teoría que reemplace el sentido común. Ese que Descartes reconocía como el mejor repartido, pues cada cual cree estar en lo cierto y mientras guarde inteligencia como para sobrevivir quién podría discutirle a otro no estar llevando una vida adecuada.

Ahora más que nunca se hace necesario declarar lo que se sabe e interpretar tanta información para aquellos que no han sido entrenados y son la carne de cañón para el engaño y la utilización desvergonzada. Sigo creyendo que la información se protege sola, que no es necesario encriptarla y sólo aquellos que estén preparados podrán comprender y usar eventualmente como arma el conocimiento. Sigo creyendo que éste hace la diferencia entre el tener y el ser. Que si se puede tener y ser o viceversa, mucho mejor, pero contentarse con sólo tener se ve patético, por no decir vulgar y despreciable. Lo importante es saber qué saber. Se trata aquí de un saber de principios, el empleo de nuestra capacidad conceptual, al servicio de un temple moral ejercitado y firme como una roca. Nada peor que la falta de respeto por el prójimo, por los animales, por las plantas, por la vida entera. El alma grosera no alcanza a recordar su origen diáfano, a la platónica. Tantos duermen... Si no, ¿cómo es posible que dos vayan a otro lugar especialmente a acuchillar a otro? ¿Cómo seguir viviendo de manera tan primitiva? Lo varones deben abandonar la fuerza bruta como argumento en sus relaciones sociales, se hace necesario replantearse la masculinidad e imponer el respeto y la ternura. Somos esencialmente animales y llevamos el recuerdo de tantas luchas por la subsistencia, de tantos triunfos sobre si mismos, del camino sufrido y tortuoso hacia nosotros mismos.

Desde la soledad rural de Melipeuco saludo a mis amigos y a todos mis lectores eventuales.

Gerardo Santana Trujillo

Año 3 Nº 2

A fines del verano...

El lago Conguillío y el volcán Llaima, desde la Sierra Nevada

El lago Conguillío y el volcán Llaima, desde la Sierra Nevada

 

A fines del invierno 

Dibujo salido del alma. Lápiz pasta en papel de cuaderno...

El dios Hermes, el psicopompo, el que despierta o adormece, el que guía las almas de los muertos, el mensajero de los dioses...

Artemisa, Diana, la diosa de los bosques, cuyo guardián cuida la rama dorada...

Guerrero masai. Lienzo africano que compré en el Flohmarkt de Basilea.