Mi jardín... (Óleo en cartón)
Desde mediados de julio y hasta fines de agosto estuve en Estocolmo. Un buen amigo me regala el viaje y pasamos una cálida temporada, con días larguísimos y noches cortas y frescas. La vida en esta ciudad y sus alrededores transcurre tranquila. Tanto que uno se pregunta cómo lo lograron. ¿Podremos nosotros vivir así de tranquilos alguna vez? ¿Cuál sería el precio a pagar para obtener algo así?
Algo resulta extraño cuando pensamos en el bienestar material de los suecos, por ejemplo: no se ven lo felices o satisfechos que uno esperaría, pensando que las comodidades y la seguridad laboral lo hacen todo para una buena vida. ¿Es que ni con seguridad material se puede conseguir una vida plena? Faltan igual ingredientes para amenizar los días. ¿Será por tanto extranjero? Allegados de tierras tan alejadas entre sí, todos ansiando una vida digna, trabajo y un lugar donde criar una familia. Muchos de ellos se han hecho un espacio y disfrutan las ventajas sobre todo en el tiempo libre. Se trabaja duro por este tiempo libre. Por eso, tal vez, muchos exageran en el detalle de planificación de este tiempo precioso, marcando en la agenda personal plazos que se ha de cumplir con disciplina férrea y sensibilidad para la rutina, hasta llegar a las tan ansiadas vacaciones.
Hay unos pocos chilenos acomodados, no escribo para ellos. Me interesan más aquellos que se deslumbran con la elegancia, la variedad y la abundancia de los países ricos, quieren irse a vivir en alguno de ellos, a olvidar tanta carencia. La mayoría termina acumulando la abundancia en su cintura y su barriga.
¿Cómo hacerles entender que no hay nada que ir a buscar por estos lados? La cultura la hacemos desde casa, sin dejarnos estar ni olvidar la lectura, la música, el deporte, a los amigos.
Compadezco a quienes viven en grandes urbes. Toda la bulla, la inquietud anímica y el ambiente insalubre no se paga ni con representaciones teatrales u óperas, ni con conciertos o eventos masivos, ni con banda ancha ni multicines.
Lo que deberíamos tomar como ejemplo de Europa es su aprecio por las ciudades chicas, lo justas para albergar riqueza, cultura y medio ambiente gentil para humanos y animales.
Aquí en el modesto rincón precordillerano en el que vivo y desde donde escribo, tenemos ahora un parque ecológico educativo. Se puede correr y hacer ejercicios, se puede hacer equitación a la chilena en la troya, se puede pasear en un entorno inigualable. Aún falta conseguir plena conciencia de la comunidad de Melipeuco, para que la gente salga a estirar las piernas y a regocijar el ojo con un parque que deberíamos ser capaces de mantener tan limpio como el más cuidado de los parques suizos. Más bello aún, pues se puede mantener limpio y dejar a la vez a la naturaleza crecer sin tanto corsé ni capricho humano.
Gerardo Santana Trujillo