El texto que ofrezco a continuación fue terminado en diciembre de 2010 y ha sido corregido para su publicación en la nueva edición de mayo de 2012 de la revista electrónica Flusser Studies (www.flusserstudies.net). Mis saludos para todo el equipo, por el magnífico esfuerzo. Deseo mucha suerte en la discusión. Plötzlich Heimweh nach der Schweiz...
Felicitar a todo el equipo editorial de Flusser Studies. Expreso mi alegría por ser parte de la Edición de mayo de 2012. Para celebrar pongo a disposición mi introclaftercrash: Crisis de la Linealidad. Unas pocas carillas editadas con Freehand a modo de introducción, plus el texto de Flusser en español, en mi traducción desde el alemán.
Las Matemáticas en el Pensamiento de Vilém Flusser
Introducción
En el espíritu de una buena parte de la generación dominante, la disciplina matemática se asocia a una sequedad emocional o a la misma palidez que Nietzsche relaciona con el concepto metafísico. Y se tiene razón, para la tradición filosófica, ambos, el número y el concepto, carecen de color, son inteligibles. Es por eso que Flusser acusa a Platón de cromatofobia, pues les niega un lugar a los artistas en su República, ellos traicionarían la idea, captable sólo a través de la visión teórica1 desprovista de todo ropaje sensorial, particularmente de color.
La disciplina numérica se entiende y se enseña aún hoy, desprovista de todo color y sensorialidad. Tal vez provenga de ahí el enorme rechazo y la cicatriz que deja y ha dejado esta hermosa disciplina, en el espíritu de nuestros niños y en muchos de sus padres. El examen que me he propuesto se ocupa del modo como Flusser entiende el elemento numérico y de su valor cognoscitivo, de su lugar como código dominante de nuestra cultura de la información.
La búsqueda de elementos numéricos en el pensamiento de Vilém Flusser no es arbitraria. Este filósofo reclama la necesidad de una iniciación matemática para hacer un juicio justo de nuestro conocimiento del mundo y de la cultura en que vivimos, so pena de alienación o extrañamiento. Dicho reclamo tampoco es arbitrario, proviene del examen de los códigos a través de los cuales el ser humano ha venido traspasando la información heredada de otras generaciones y de la aprendida por experiencia propia.
Su programa teórico contempla un acercamiento, un traslapo de las distintas disciplinas, de las llamadas ciencias sociales, vinculadas al discurso interpretativo verbal, y de las ciencias de la naturaleza, dominadas desde hace unos 400 años por la física, y por tanto, por la matemática.
Estamos en medio de una revolución cultural, nos dice a menudo. Y en el presente conviven aún las formas arcaicas del discurso oral, con la conciencia histórica del discurso alfabético, de la masa humana medianamente culta. Un nuevo código nos avasalla bajo la forma de la sociedad telemática y de la multitud de artefactos tecnológicos, de diseño seductor y de estructura compleja e incomprensible, es el código numérico.
Desde las flores de loto, desde toda laya de estrellas o configuraciones mandálicas. El devoto está absorto en la unidad del mundo.
Es mucho lo que puede decirse con el lenguaje alfabético y lo que no puede decirse puede otras tantas, numerarse, puede expresarse según algoritmo, puede expresarse con imágenes técnicas o con otros códigos, con el código cromático por ejemplo, cuya alianza con la nueva geometría de fractales anuncia una revolución en la enseñanza de las matemáticas. El código alfanumérico no desaparecerá y seguirá siendo el código de comunicación masificado, pero a la hora de hacer ciencia sólo el lenguaje matemático tendrá hegemonía y será el lenguaje privado de la élite tecnocrática.
Y he aquí que asociada a la explicación, a la descripción de los elementos de la imagen ha estado también la capacidad para contarlos y calcularlos. En un mismo nivel ontológico se encuentran indisolublemente unidos discurso o concepto y número y cálculo, en el ámbito de la herramienta alfanumérica de uso comunicativo y de conocimiento.
Agrego otro texto con que me pongo al día con mis propios propósitos y que incluye una introducción a mi traducción de Crisis de la Linealidad de Vilém Flusser.
Código y Metafísica
Preferir la línealidad alfanumérica es preferir la causalidad. Una metafísica así provista con un código lineal no puede no buscar el arkhé, pues la realidad ha sido desplegada desde un origen y de manera eficiente. Hay una suerte de ingenuidad crítica en el apego incuestionado al código alfabético.
Por otra parte, preferir el punto y el vacío, es entregarse a la arbitrariedad. Esta es una tradición de pensamiento para Flusser, la tradición atomista de Leucipo y Demócrito.
Aristóteles, por su parte, se esfuerza en su Metafísica por demostrar el mayor rango ontológico de la filosofía primera, que se encarga de las causas últimas de todas las cosas, de lo que es ontológicamente primero, de lo universal, de la mayor abstracción. ¿Cómo es ésto? En los tres ámbitos de los ideales absolutos, lo verdadero, lo bello y lo bueno Aristóteles hace su mejor esfuerzo con la Ética Nicomaquea, en donde relativiza los conceptos de exactitud y está lejos de la matemática universal de Descartes.
Flusser, a su vez, pone el numéro dentro del mismo paquete que el alfabeto y concibe una unidad alfanumérica. Y resuelve así la oposición tradicional entre pensamiento dialéctico y pensamiento matemático. El desarrollo contemporáneo de disciplinas matemáticas como la topología y la geometría de fractales, por ejemplo, otorgan sentido al estudio de los mundos fingidos, el mundo de ficción, los mundos virtuales, que nos obligan a ver nuestro mundo como simple traslapo de configuraciones numéricas. La preeminencia ontológica del concepto es código dependiente y no absoluta. El código numérico se ha desarrollado a un punto en que ya no resulta incompatible con el dinamismo del mundo, sino que, además, es capaz de reproducirlo con resultados asombrosos. Ya no se trata sólo del esqueleto del mundo y el mundo platónico de las formas matemáticas configura un saber portentoso de este dinamismo. (Cfr. Penrose, 2006. El camino a la realidad. Debate, pág. 66)