La Sierra Nevada, en septiembre de 2001. Atrás, el volcán Llaima. Vistas que refrescan en estos días tórridos. Fotos de Víctor Hazeldine
Mi revista reaparece tras casi dos meses de silencio. Me excuso si con ello molesté a algún lector. Sé que la mayoría me perdonará sin condiciones. Además, dado que mantengo esta página sin retribución económica alguna, me tomé la libertad de irme en vacaciones forzadas con unos amigos extranjeros que vinieron a visitarme.
Éramos seis. Dos de ellos pagaron el arriendo de un auto nuevo, supuestamente para seis personas. Éste se reveló insuficiente y muy bajo para recorrer los caminos rurales. Entonces me dí cuenta de que el auto determinaba el tipo de paseo: No íbamos de excursión. Salimos de Temuco y tomamos rumbo a Valdivia. Allí pasamos a saludar a mi familia y a buenos amigos y pasado el calor, caminamos por la costanera y averiguamos sobre los viajes en barco a la desembocadura del río Calle Calle. Tuvimos que ir en auto hasta Niebla. Fue hermoso estar allí de nuevo. Lamentablemente los fuertes estaban cerrados y no pudimos mostrarles nada a los turistas. De vuelta pasamos a la cervecería Kunstmann, en donde nos desquitamos del paseo fallido, comimos y bebimos a gusto. Me llevé de recuerdo un juego de vasos cerveceros, en ellos la bebida se ve apetitosa.
El viaje continuó hacia el sur. Es un placer correr por la carretera panamericana, flamante y bien señalizada. Hasta diría que duele menos el bolsillo cuando uno ve para qué paga tanto peaje. Hacia las 9 de la noche estábamos cruzando el canal de Chacao. Tanto de ida como de vuelta algo hermoso para mí.
Chiloé se me reveló pobre, húmedo y en decadencia. Castro es una ciudad bonita, de todos modos, pero el paisaje comienza a ser dominado por las salmoneras y su efecto nefasto sobre el ambiente. El peor ejemplo lo da Chonchi, ciudad de noches temibles, llena de recovecos y escondrijos para ratas y alimañas. Se desmorona inexorablemente ante la vista impotente de habitantes y turistas. Entre nosotros llegó a ser un chiste descalificatorio. ¡Pobre Chonchi...!
Lo mejor de Chiloé fue la casa y la hospitalidad de nuestro amigo Luis Olivares, quien junto a un grupo de amigos, compró su parte de 18 hectáreas, en uno de los fiordos, en la cercanías de Castro. Su hermosa casa nos insta a seguir su ejemplo, mostrándonos que se puede acceder a un pedazo de tierra propio, en donde construirse un hogar a la medida de uno, lejos del mundanal ruido y la uniformación habitual.
Estuve contento el día que iniciamos el regreso. La convivencia de nuestro grupo de viaje se había resentido, por la debilidad nerviosa de uno de nuestros huéspedes extranjeros.
De vuelta pasamos a Puerto Montt, en donde fuimos a comer y nos alegramos de estar. Se siente que la ciudad bulle de vida y entusiasmo. Lindo Puerto Montt, para mí, más grato que Puerto Varas o Frutillar, ciudades pitucas que carecen de personalidad nacional, son extensiones de Alemania y están calcadas de balnearios europeos.
Este viaje me sirvió para constatar que no me interesa vivir en Chiloé, que Temuco es feísima, que Melipeuco posee un clima más que grato y es el lugar en donde quiero seguir viviendo. El verano nos agobia con un calor terrible por estos días, pero en las noches el ambiente se enfría como sólo ocurre en la precordillera.
Para concluir esta nota, llamo la atención del lector sobre dos pequeños trabajos agregados, un comentario sobre el diálogo platónico Kritón, en alemán (pido disculpas por no tener traducción todavía) y un corto ensayo sobre la relación entre la filosofía y la matemática.
Como siempre insto a los lectores a escribirme sus impresiones, pues me ayudarán a ir perfeccionando esta página.
Gerardo Santana Trujillo